
Atrapados en sus fronteras
May 16, 2025Existen viejos hábitos que nunca cambian. Hábitos que por haber existido durante mucho tiempo hacen parte de la vida cotidiana; al punto que uno ya no se pregunta su verdadera razón de ser, si son buenos o malos o si realmente son necesarios.
Los rusos, o mejor dicho, el Estado ruso, tiene también unos hábitos que ni los Zares, ni la revolución rusa, ni el fin del comunismo han logrado borrar. Y no me refiero al hábito de vigilar con precaución a su propia población, cosa que todos los Estados del mundo hacen de una u otra manera, sino a uno aun más explícito y poco conocido en el mundo. Se trata del pasaporte interno, un documento que para nosotros tiene validez de las fronteras para afuera y que en Rusia también tiene sentido de las fronteras para adentro.
Los rusos tienen dos pasaportes. Uno para cuando salen del país y otro para cuando están en su patria, al punto que son extranjeros en su propio suelo. No se les haga raro que estas cosas ocurran en Rusia, país de todas las paradojas, porque se trata del Estado más grande del mundo, con un inmenso territorio que llegó a ser alguna vez un sexto del planeta y que ha influenciado de manera considerable la relación que tiene el gobierno con su población. Después de todo, la historia rusa y la experiencia horripilante del Gulag están ahí para recordarnos que los rusos han sido en varias ocasiones exiliados en su propio territorio.
Y es que un ruso no puede vivir en una ciudad o en un determinado territorio si no se registra ante la policía y demuestra que tiene algún lazo que lo una con su lugar de residencia. Es decir, se trata de una especie de dirección fiscal, con la diferencia que si uno pasa más de tres días en otra ciudad sin avisarle a la policía, corre el riesgo que lo detengan, le pongan una multa carísima y hasta lo devuelvan a su ciudad de residencia. Es, curiosamente, el mismo régimen que tienen los extranjeros cuando llegan a Rusia.
Los rusos saben que deben tener siempre a la mano su pasaporte, porque a veces la policía lo pide en las calles, a las salidas del metro o en las estaciones de tren. Entonces los rusos, inmediatamente entienden que cuando uno de esos agentes del Estado los mira fijamente a los ojos haciendo un perezoso saludo castrense, deben presentar el pasaporte, donde se encuentra la ciudad donde esta registrado el individuo, su libreta militar, estado civil y otros datos personales. En otras palabras, es como si un habitante de Bogotá tuviera que presentarse ante las autoridades en Medellín si se queda más de 3 días en la ciudad, así vaya de trabajo, de vacaciones o por la razón que sea.
Y he ahí precisamente la gran paradoja rusa, que entre mas territorio tienen, mas pretenden controlan la manera como se desplaza la población. El tamaño de este país puede ser al mismo tiempo sinónimo de una libertad absoluta, pues prácticamente no tiene fin, y, de manera quizá contradictoria e inexplicable, por esa misma razón puede ser también una cárcel.
Toda esta historia del pasaporte interno tiene una razón de ser, un pasado que ayuda a entender su extraña existencia en una sociedad contemporánea y europea. Resulta que antes de la Revolución Rusa y durante buena parte de su historia, la gran mayoría de la población rusa vivía en la servidumbre, una condición parecida a la esclavitud, en la que la gente -o “las almas” como se les decía entonces a los campesinos- era un bien económico del señor que podía vender sur siervos como cabezas de ganado, cosa que nos muestra Gógol con humor magistral en su libro las Almas muertas.
Luego, cuando la servidumbre por fin fue abolida en 1861, la principal preocupación de las autoridades zaristas era prevenir una revuelta masiva de campesinos y, sobre todo, una fuga descontrolada de la población luego de saberse liberada. Por esa razón instauraron un pasaporte interno que limitaba de cierta manera la circulación de personas y evitaba que regiones enteras quedaran desiertas. Al final ninguna de las dos cosas sucedió, pues ni el país entró en crisis ni los campesinos huyeron a ninguna parte, pero el Estado mantuvo el sistema para controlar a la gente.
Con el estallido de la Revolución Rusa y la llegada de los bolcheviques, el pasaporte fue parcialmente eliminado, pero la dicha duró muy poco porque menos de 15 años después, en 1932, José Stalin volvió a instaurar los pasaportes internos y eso hasta nuestros días. Una medida que los rusos recuerdan como la segunda servidumbre, y que alimenta de cierta manera la extraña relación que tienen con su madre patria.
De manera que los viejos hábitos son muy difíciles de cambiar, sobre todo en Rusia, en donde el territorio ha forjado la cultura misma del país y donde la inmensidad de sus paisajes hace sentir a cada persona como el más diminuto y débil de los seres.