
Los peligros de ser un rey francés
May 16, 2025Dicen que no hay oficio más peligroso que ser rey, sobre todo en Europa, donde sus asesinatos parecieran la condición "sine qua non" de un monarca; o sino, que lo diga Carlos I de Inglaterra, Luis XVI, el zar Nicolás II o Francisco Fernando de Austria.
Son muchos los que han querido averiguar si la sangre real es verdaderamente azul o roja, sobre todo los franceses que se convirtieron en unos verdaderos expertos en la materia. Todo esto gracias a una tradición de atentados contra prácticamente todos los reyes borbones y emperadores que gobernaron Francia. Lo que es más curioso es que las razones que los llevaron a semejantes actos son tan variadas como asesinatos de soberanos ha habido en Francia. De ahí que haya habido asesinatos por convicción religiosa, por amor a una patria extranjera, por salvar la republica o incluso en defensa de un emperador.
Lo que es indudable es que todos, sin excepción alguna, lograron un objetivo más transcendental que el de cegar la vida del monarca: todos pasaron a la historia. Durante años e incluso siglos sus nombres fueron objeto de leyendas populares, mucha gente los odió y otro tanto los honró al punto que, hasta el día de hoy, se sigue hablando y escribiendo sobre sus hechos.
Por ejemplo, está el caso de Ravaillac, un nombre que los franceses aprenden de memoria cuando están en el colegio por una razón en particular. Me estoy refiriendo a aquella ocasión en la que un guardia de Enrique IV se acercó corriendo hacia su rey tambaleante para preguntarle si se encontraba bien. “No es nada” fue la respuesta del Buen rey Enrique, como se le conoce en la tradición popular, antes de botar una bocanada de sangre y caer mortalmente herido sobre una acera.
Era el año de 1610, después de medio siglo de guerras civiles, cuando Enrique pensaba que ya podía andar en su carruaje descubierto por las calles de París sin ningún peligro. Eso, hasta que el 14 de mayo se acercó corriendo un católico fanático con un cuchillo y, sin que nadie lograra detenerlo, le clavó un cuchillo cerca al corazón causándole una muerte casi instantánea. La multitud se abalanzó sobre Ravaillac y las autoridades se lo llevaron para un interrogatorio que prometía ser doloroso.
Días después el hombre fue dirigido a la plaza pública donde lo condenaron a la más dolorosa de las ejecuciones, a ser descuartizado vivo y luego incinerado para negarle la cristiana sepultura. Pero este peligro era aparentemente una cosa de familia, porque el heredero al trono, Luis XV, por poco muere años más tarde a manos del famoso Damiens, que le dio una puñalada al muy cristiano rey de Francia, como se les solía decir a los reyes de entonces.
Algo similar le ocurrió a otro Borbón, el recién casado duque de Berry, una de las últimas esperanzas de esta dinastía en Francia, cuando en 1820 el trono estaba sin heredero. Y es que el republicano Luis Louvel estaba obsesionado por hacer desaparecer la monarquía con la muerte del único que podría darle un heredero legítimo. Los hechos se llevaron a cabo durante una ópera, en el momento en el que de Berry se despedía de su duquesa, cuando sintió un golpe fatal en el pecho. Tenía en sus entrañas un cuchillo de 20 centímetros y su destino sellado, más no el de la dinastía, pues dos semanas después se supo que la duquesa estaba embarazada.
Louvel había entonces fallado en sus designios, cuando en el patíbulo dijo a sus verdugos que con todo el perdón se apuraran porque lo estaban esperando allá arriba. Ante una multitud enardecida, causó una profunda impresión en un personaje que pronto daría mucho de que hablar, el joven Víctor Hugo, que viendo con horror ese espectáculo, se convertitía pronto en uno de los más importantes opositores de la pena capital.
Los reyes de Francia no iban a poder descansar en paz un solo día, como se los hicieron recordar tres bonapartistas conocidos como Fieschi, Morey y Pépin. Se trata de aquel 27 de julio de 1836, cuando el rey Luis Felipe de Orleans, más conocido como el rey de los franceses, llegaba a la Bastilla con sus hijos para conmemorar la toma de la prisión. O, por lo menos, esa era la idea si no hubieran estallado 25 cañones sobre el cortejo real causando la muerte de varios allegados del monarca. Como podrán imaginarse, los tres autores se escondieron, fueron buscados, encontrados, torturados y luego ejecutados.
Y si los dos emperadores que hubo en Francia creyeron algún día que de ese mal no sufrirían, la secreta y patriótica cofradía italiana de los carbonarios les recordaron que el regicidio no discernía entre borbones, orleanistas o bonapartistas. Fue así como ocurrió uno de los atentados mas famosos de París, el de la bomba contra Napoleón III en la ópera, que pasó a la historia como un ejemplo de táctica política impecable. Aunque después de haber visto la muerte tan cerca, el emperador se levantó soberbio, aclamado por la gente y, aprovechando la ocasión, dio la orden de que se llevara a cabo la presentación generando estupor entre sus guardias y admiración entre la población.
Días después, Orsini, el cerebro detrás de la bomba y amigo de juventud del emperador, le escribió una famosa carta pidiéndole que lograra la independencia de Italia y que se acordara de su juventud compartida. El emperador solo cumplió la primera petición, pues poco quiso acordarse de Orsini cuando fue sentenciado a muerte. Un olvido propio de los soberanos franceses que, como César en las Idas de Marzo, los regicidas a la francesa se encargaron de recordarles.