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Cuando los lobos entraban a París

Cuando los lobos entraban a París

historia paris Feb 25, 2025

La Ciudad Luz fue durante siglos el teatro de una relación profunda entre el campo y la ciudad que, a menudo, se convertía en una escena de combate entre humanos y animales. Eso, claro está, antes de que apareciera nuestra vida contemporánea de automóviles, asfalto y electricidad.

En otros tiempos, animales de todo tipo vivían en París. Los cerdos dormían en las plantas bajas, los pastores paseaban sus ovejas, las vacas eran ordeñadas por las mañanas y las gallinas ponían en los patios traseros. Algunos se acuerdan, incluso hoy en día, del último caballo de carga de la capital que llevaba por todas partes una carreta llena de hielo para abastecer a los cafés y comercios del centro. Lo ven todavía en sus memorias como el último ser de un tiempo pasado, que primero fue expulsado del centro, luego de la capital, para terminar dignamente su oficio en las proximidades del periférico.

Todos estos animales domésticos desaparecieron y las fieras que alguna vez rondaron por sus calles ya ni siquiera existen en Francia, sino en lo más profundo de los bosques rumanos. Ya no los veremos nunca más, como solía ocurrir hace algunos siglos, ni a los venados cerca de París, ni a los lobos y mucho menos a los hombres lobo, que ahora no son más que una excusa para hacer películas de domingo y no el terror de los niños y adultos de entonces. Sin embargo, esos tiempos de fieras y animales legendarios alguna vez sí existieron, cuando los lobos todavía entraban en París.

Los parisinos ya olvidaron el terrible año de 1421, cuando la ciudad sufrió una terrible hambruna agravada por una primavera glacial. En esos años, a la gente había que enterrarla en fosas comunes y los familiares veían, con horror, cómo los lobos llegaban en manada a desenterrar con sus patas los cuerpos y saciar su apetito voraz. Al igual que los humanos, buscaban desesperadamente comida por doquier, fuera en el campo o adentro mismo de la ciudad. Algunos veían sus sombras cruzar las calles durante la noche y otros se aterraban de ver a esas fieras atravesar el Sena nadando, en busca de todo lo que pudieran encontrar, desde jamones, pasando por otros animales de menor tamaño hasta llegar incluso a devorar mujeres y niños.

Existe incluso un diario muy interesante escrito por un clérigo que, además de anotar lo hechos importantes de la capital, presenció toda esta historia. Gracias al religioso, del cual la historia no recuerda su nombre, sabemos que en julio de 1423 varios lobos entraron en la ciudad causando el pánico de los parisinos. Las autoridades armaron un escuadrón de búsqueda y al día siguiente presentaron a los hambrientos animales colgados de sus patas traseras. Se organizaron incluso grupos enteros de cazadores de recompensas para dar con el temido animal que, al fin y al cabo, nunca ha sido un enemigo natural del hombre salvo en tiempos semejantes.

Más de una década tuvo que pasar para que osaran volver a probar su suerte en París, porque en 1438 volvieron a entrar por la Plaza de los gatos, detrás del famoso Cementerio de los Inocentes. La sorpresa fue total, como nos muestra el diario, diciendo que "capturaban por todas partes a los perros y se comieron a un niño de noche". Al año siguiente catorce personas cayeron víctimas del hambre de una manada.

Pero eso era solo el comienzo, porque ese mismo año apareció el más legendario de todos los lobos, el que hacía gritar a las señoras y palidecer a los señores, el voraz Courtaut-o cola corta-, reconocible porque no tenía la cola que debió perder en una riña. Su apodo, al igual que sucede con los grandes bandidos de la historia, lo haría famoso incluso hasta nuestros días. Sus actividades en los alrededores de París hicieron que se convirtiera en un verdadero peligro aventurarse solo por los campos. La gente lo llamaba el "ladrón de los bosques" y el precio por su cabeza sobrepasaba el de cualquier criminal de entonces. Cuando por fin trajeron en procesión sus restos, la ciudad entera se paralizó para poder admirar a la fiera que tanto miedo les había causado.

Esta era una verdadera batalla entre el hombre y el lobo que, a menudo, se libraba al interior mismo de las murallas. De ahí que haya documentos que muestren una verdadera política para exterminarlos de la región de París, como un manuscrito de 1471 que muestra hasta qué punto los parisinos se tomaron en serio la guerra contra este carnívoro, culpable, tan solo, de su propia existencia. Se trata de una cuenta en la que aparecen todas las recompensas dadas en ese año a los cazadores, para la cual debían traer una prueba de la muerte de uno o varios lobos, que fuera una pata, la cabeza o el mismo animal vivo. En menos de seis meses fueron cazados 227 animales.

En los siglos siguientes los lobos, sin embargo, volverían a la ciudad, como en 1595, cuando rondaron durante algún tiempo por los lados de la alcaldía. Pero, con tantos enemigos, poco a poco prefirieron evacuar los alrededores de la ciudad, luego se fueron a los límites del departamento y terminaron por desaparecer totalmente en el siglo XIX, o casi totalmente, porque en 1845 al director de la policía le informaron que un ciudadano mantenía escondido un lobo en una caseta. La decisión, como era de esperarse, fue la de mandar a destruir aquel monstruo de otros tiempos.

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