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El Ballet ruso de Sergei Diaguilev y Pablo Picasso

El Ballet ruso de Sergei Diaguilev y Pablo Picasso

rusia Oct 01, 2024

Descubre en el siguiente artículo los orígenes de uno de los ballets más memorables en la historia de las artes, creado por Pablo Picasso y Sergei Diaguilev, dos de los genios más asombrosos que revolucionaron la forma de combinar la música, la danza y la moda en el siglo XX.</>

Esos bigotes generosos que llevarían el ballet ruso a su cúspide, adornaban la cara redonda y bonachona de Sergei Diaguilev. El empresario ruso de las artes, que revolucionaría la idea misma del espectáculo, logró convertirse en uno de los más grandes promotores de la cultura en el siglo XX. Amigote de Picasso, Stravinski y Ana Pávlova, Diaguilev era el alma de lo que se conocería en el mundo como la legendaria compañía de "los ballets rusos".

Cuando se habla de cultura en el siglo XX, el nombre de Segei Diaguilev nos viene a la mente, por la inmensa influencia que tuvo en tantas áreas distintas de las artes, la música, el ballet, la opera e, incluso, de la moda. Siempre supo lo que el público buscaba, guiado por una voluntad de deslumbrar a los espectadores y de mostrarle al mundo la inmensa riqueza de la cultura rusa; su sentido del rigor siempre estuvo afinado, haciendo que todo lo que tocaba se volviera un éxito sin precedentes. Todo esto lo logró, a pesar de tener un carácter temerario, que lo llevaba a tomar decisiones arriesgadas y organizar temporadas culturales en Europa que serían catalogadas como revolucionarias.

Lo único innegable de las temporadas culturales de París, que organizó Diaguilev en esas primeras décadas del siglo XX, fue que siempre se rodeó de los mejores talentos del siglo como Pablo Picasso y George Braque. Sobre todo, la pléyade de coreógrafos, pintores y compositores rusos que lanzó al estrellado deja atónito a cualquiera. Por su oficina desfilaron genios como Michel Fokin, Vaslav Nijinski, George Balanchine, Leon Bakst, Natalia Goncharova e Igor Stravinsky.

Durante los primeros años de la compañía de los ballets rusos, es decir de 1909 a 1918, Diaguilev trabajó en la creación de espectáculos con algunos de sus viejos amigos de Rusia, que por varios motivos habían empezado a salir de este país emigrando a Francia y otros lugares del mundo. En medio de esa diáspora de talentos tan trágica para Rusia, Diaguilev fue reuniendo con mucho esfuerzo a los mejores artistas del momento, buscando brindarle al público occidental un poco del alma rusa a través de la danza. Pocos imaginaban entonces que el ballet se convertiría en una de las artes más importantes del planeta.

El empresario quería mostrar el gen revolucionario del arte ruso, sacar de sus bosques las leyendas y tradiciones del imperio, para que la gente entendiera lo que estaba a punto de suceder: esa revolución rusa de 1917 que cambiaría al mundo para siempre. Para eso necesitaba una cuota importante de talentos, entre los que se encontraban Bakst, Goncharova y Benois. A este grupo se sumaría pronto Stravinsky, que le daría a la compañía un carácter único. Diaguile vestaba fascinado con Stravisnky, le encantaba su sagacidad, su amor por lo nuevo y, sobre todo, sus vestidos extravagantes. Por esa razón se convertiría en su compositor fetiche hasta 1924.

El empresario ruso siempre quiso lograr presentaciones que ningún otro osara inventar y, por eso, solía decirle a su joven amigo, el poeta y pintor Jean Cocteau: "Jean deslumbrame!". Esa fue la razón para que empezara a incluir en la compañía a artistas occidentales, que le darían un nuevo aire a los ballets rusos y, paradójicamente, que confirmaban cómo Diáguilev se alejaban cada día más de su madre patria.

En 1916 Jean Cocteau preparó, junto con el compositor Erik Satie, un nuevo ballet sensacional para la compañía llamado Parade, para lo cual invitaron a Pablo Picasso. Su misión era diseñar el vestuario y escenario de la temporada. Diaguilev le tenía fobia a la repetición y sabía que el cubismo de Picasso iba más allá que cualquier otro movimiento del momento. Lo que se estaba organizando era un equipo estelar, destinado a causar una profunda sensación en el París de la época.

Empezaba así, en 1917, en el Teatro Châtelet de París, una nueva temporada de los ballets rusos que tanto furor causaría en toda Europa y los Estados Unidos. En la velada de la premier, la crema y nata de la Ciudad Luz acudió al Châtelet. La noche dejó desconcertados a los espectadores que vieron cómo, además del ballet ruso y la escenografia de Picasso, el escenario se llenaba de seres extraños: malabaristas, magos e incluso un caballo. Toda esta agitación debía ir al ritmo de la música de Satie y la vanguardia europea, provocando un inmenso escandalo en París, donde la gente todavía no estaba lista para cambios tan drásticos en las artes. Toda esta agitación se llevaba a cabo mientras a pocos kilómetros del teatro, las bombas de la primera guerra mundial explotaban.

Picasso estaba también encantado con Diaguilev, con la cultura rusa y su folclor, entendiendo el potencial que tenían para el arte. Todo este mundo ruso decadente y en crisis, estaba apunto de morir cuando la revolución lo arrojara al abismo del olvido. Pero el interés de Picasso por Rusia continuó e incluso intentó, en un momento dado, aprender la lengua rusa, renunciando rápidamente al ver el esfuerzo que implicaba hablarla. Eso explica que se haya enamorado finalmente de la bailarina del ballet ruso Olga Khokhlóva, con quien se casó el 12 de julio de 1918. Con ella, Diaguilev y toda la tropa de los ballets rusos hicieron una gira por España ese mismo año, presentándose en Madrid y Barcelona.

Una vez terminada la temporada del ballet Parade, y fuertemente influenciados por la cultura española, Diaguilev, la tropa rusa y Picasso viajaron a Londres para preparar un nuevo ballet, "El Sombrero de Tres Picos", compuesto por Manuel de Falla. La premier sería presentada en el teatro Alhambra de Londres. La idea era mostrar la fuerza y colorido de la cultura ibérica, para lo cual Diaguilev, como de costumbre, puso un empeño obsesivo en los detalles y la perfección. Los vestidos debían ser diseñados por Picasso con la ayuda de maestros del Royal Opera House. De ahí que hoy en día queden en los archivos del teatro, más de veinte proyectos distintos de decoración para la temporada londinense.

Cuando levantaron el telón, esa noche del 22 de julio de 1919, los ingleses quedaron maravillados con la decoración. Los aplausos llegaron desde el principio, al ver tras un inmenso arco, un pueblito andaluz brillando de fondo. La música colorida y el estilo de una danza a la española de Leonidas Messin, prometían hacer vibrar el teatro.

La colaboración entre el empresario Diaguilev y Picasso continuó en 1920 con el ballet Pulcinella, para el que Stravinsky compuso la música. Más tarde, en 1924, volverían a trabajar juntos para el ballet "El Tren Azul", en el que Picasso firmó el telón con una dedicatoria a Diaguilev. Este fue un ballet interesante en el que se trataba de darle movimiento y música al famoso cuadro, pintado por Picasso en 1922, conocido como "Las dos mujeres corriendo por la playa". En este trabajo, que no era otra cosa que una oda a la juventud y al deporte, participaron personajes como Cocó Chanel en el vestuario, Jean Cocteau en el libreto y Bronislava Nijinskaja en la coreografía.

Así se vivió este ballet compuesto por Darius Milhaut, inaugurado el 20 de Junio de 1924 en el Teatro de los Campos Eliseos:

La música estaba en disonancia con la vida de Picasso y el futuro de los ballets rusos. Los problemas familiares entre el pintor y la bailarina Khokhlova fueron de mal en peor. Los conflictos de pareja enfriaron la relación que tenía Picasso con Diaguilev. El empresario no soportaba ver cómo el pintor trataba a una de sus bailarinas predilectas. Por esa razón, fue que Diaguilev decidió dejar de invitar a Picasso para sus ballets y empezó a colaborar con otros pintores talentosos del momento, entre los cuales se contaban Joan Miró y Max Ernst.

Pero nadie olvidaría que juntos, Picasso, Diaguilev y la compañía de los Ballets Rusos, elaboraron escenarios magníficos y vestuarios de museo que hoy en día se exponen como verdaderas obras de arte.

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