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Fama y olvido de una simple estatua

Fama y olvido de una simple estatua

historia May 15, 2025

Uno creería que los ladrones de arte son la principal pesadilla de los museos. Sin embargo, existe un tipo de malhechor de más sutil proceder; aquel que elabora planes descabellados, no para hacer desaparecer las piezas de alguna colección sino, todo lo contrario, para hacerlas aparecer.

A este grupo de personas pertenecía un famoso periodista de principios del siglo XX llamado Roland Dorgelès, quien planeó hacerle una broma histórica al museo del Louvre. El hombre era conocido entre sus contemporáneos por ser un duro crítico del esnobismo que pululaba en el arte y que llevaba al público a deleitarse con cualquier objeto expuesto, por bueno o malo que este fuera.

Saliendo de su casa un día, se encontró con el taller de un escultor amigo suyo, de poca fama, quien vivía de sus imitaciones de arte griego. Terminada la visita, vio en el piso un busto en mármol al cual le habían mutilado la nariz, en uno de aquellos impulsos por copiar alguna estatua conocida. Alzándola con mucho cuidado entre sus brazos, Dorgelès se volteó y le dijo a su amigo que, si no la quería, se la regalara, pues tenía la firme intención de exponerla en el Louvre. El artista tomó al principio muy a mal la ligereza del comentario, pero no fue sino hasta que su amigo le explicó su plan que comprendió que se trataba de una farsa perfecta.

El periodista pasó toda la mañana siguiente en el departamento de antigüedades greco-romanas observando, anotando y pintando todo, sin levantar la más mínima sospecha. De vuelta a su casa, cortó un papel del mismo tamaño de las fichas informativas del museo donde escribió lo siguiente: “numero 402, busto de divinidad, excavaciones de Delos”.

Acto seguido, le envió un telegrama a una fiel amiga citándola al día siguiente a las 11 de la mañana frente al museo. El telegrama terminaba con estas dos frases: favor venir en abrigo de piel grande, así sea verano.

Se encontraron en la entrada del Louvre y, sin decir una sola palabra, le paso un objeto pesado para que lo escondiera. Tan solo le dijo a su amiga que no hiciera ningún gesto extraño y que una vez adentro le explicaría su plan. Caminando tranquilamente atravesaron algunas salas y se detuvieron ante el pedestal vacío dejado por una estatua en restauración.

Aprovechando un descuido de los guardias, dio la señal a su amiga para que dejara el objeto secreto sobre el pedestal, bajo el cual puso la famosa ficha descriptiva. La divinidad parisina se instalo plácida entre sus compañeras, venidas de Milo, Rodas y toda Grecia. Ante ella desfilaron miles de turistas que se sorprendían por la finesa de sus formas y la pureza de su mármol, algunos lamentando la trágica perdida de su nariz.

El asunto hasta ahora comenzaba, porque la farsa tenía un plan B. Resulta que el ingenioso Dorgelès reunió a sus mejores amigos, entre los cuales había varios periodistas, para hacerlos parte de su cómico desenlace. A la semana siguiente, el grupo llegó al departamento de antigüedades greco-romanas fingiendo no conocerse. Rondando por la sala indicada, vieron como el periodista se acerco a la estatua de la discordia, la examino sorprendido un rato y grito de repente armando un gran alboroto. Es un escándalo – decía - se burlan de nosotros, esta pieza es falsa! Al instante, sus amigos lo rodearon actuando como expertos de arte y confirmando la sentencia.

Tomándola como un trofeo y aprovechando que sus amigos ya alistaban sus cámaras fotográficas, señaló que el busto era tan originario de la isla de Delos como él de la Atlántida. Los guardias, creyendo una artimaña para robarse semejante obra de arte, se abalanzaron sobre el pobre Dorgelès y los otros conocedores. Al día siguiente, el diario el Excelsior hizo público el escándalo. Bajo la primicia había una foto donde aparecía el altercado entre un grupo de anónimos y los guardias del museo.

Como si fuera poco, el osado periodista envió una carta al director del museo explicándole su broma y reclamando la restitución de su busto parisino. Lamentablemente jamás obtuvo respuesta ni le fue devuelta la estatua que, gracias a su efímera fama, debe descansar probablemente hoy en día en los subterráneos del museo, junto con muchas otras.

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