
Héroes y villanos de la Torre Eiffel
Feb 25, 2025La Torre Eiffel, la dama de hierro, ha sido testigo de muchos eventos insólitos dignos de ser contados, de esos que suelen ocurrir tan a menudo en la Ciudad luz.
Y no es para menos pues desde su construcción en 1889 no ha dejado a nadie indiferente. Sobre todo en sus primeros años, cuando dividió a la ciudad en dos bandos irreconciliables. De un lado, sus detractores que exigían su inmediata destrucción a través de un manifiesto que decía así:
"Nosotros, escritores, pintores, escultores, arquitectos y amantes apasionados de la belleza hasta ahora intacta de París, protestamos con todas nuestras fuerzas y con gran indignación, en nombre del gusto francés, del arte y de la historia francesa amenazada, contra la construcción en pleno corazón de la capital de la inútil y monstruosa Torre Eiffel que la malignidad publica ya ha bautizado torre de Babel".
De ese tono era la protesta de los enemigos de Eiffel, que le dieron todo tipo de nombres a su torre, llamándola supositorio agujereado, esqueleto de asedio y hasta esperpento anticlerical por tener varios metros más que notre-dame.
De otro lado, existían también los que la defendieron desde sus primeros días, a pesar de haber humillado a los monumentos más queridos por los parisinos; que veían en ella un logro de la ingeniería nacional y una fabulosa carta de presentación ante el mundo en la Exposición Universal para la que fue construida. Estos últimos la adulaban como lo muestra el libro de oro de su primer año, en el que la gente escribía cosas como: "Prometo al camarada Eiffel llamar Eiffelina a mi primera hija", u otro un poco mas romántico diciendo "por primera vez veo la espalda de las golondrinas" con puntos suspensivos.
Desde entonces, mucha gente perdería la cabeza por ella. Algunos de los más famosos han sido los de los hombres pájaro, como el señor Reichelt, sastre e inventor novato, que queriendo probar su nuevo paracaídas subió al último piso de la torre en 1912 para hacer un salto del ángel, con tan mala suerte que su invento salió defectuoso y término aplastado en el piso. De esa misma enfermedad padecía el aviador León Collot que quiso volar con su avioneta bajo las naguas de la dama de hierro pero que, lamentablemente, chocó con una antena y se estrelló estrepitosamente ante la mirada aterrada de la gente.
Y qué decir de los dos estadounidenses que, en 1984, subieron con sus cámaras fotográficas colgadas, disfrazados de turistas, comentando lo bonita que se veía la capital desde esas alturas, pero esperando en realidad que los guardias se distrajeran para escalar las rejas de seguridad y saltar clandestinamente con paracaídas. Algo parecido a lo que hizo un neozelandés que, disimulando sorpresa por la altura de la construcción, tuvo el tiempo de asegurar un elástico en el segundo piso y saltar al vacío sin que los guardias sospecharan ni un instante de sus intenciones. Rebotó varias veces antes de que la policía tuviera el tiempo de admirar su proeza.
A parte de estos fogosos amores que ha tenido la torre, ha habido otros amantes que han sido simplemente más prudentes, como el periodista Labric que, en 1923, bajó a toda velocidad en bicicleta por las escaleras para ganar una apuesta, y fue acogido al final por un grupo de entusiastas y las autoridades que le tenían listo un comodísimo carro de policía para celebrar con él en el calabozo.
Ocurrió también años más tarde otro espectáculo notorio cuando un elefante subió a celebrar sus 85 años con su dueño, el director de circo Bouglione, pero víctima de un acceso de miedo se reusó categóricamente a subir al segundo piso, como lo muestran las fotos de ese día. Y tal vez inspirados por esta última visita, la alcaldía organizaría años más tarde, con gran pompa, un reinado de belleza para celebrar los 50 años de la torre. Tras una cerrada competencia se eligió a la primera y única miss Torre Eiffel que, con su altura de 1 metro con 85, hacia honor a su nuevo título.
Me imagino que habrá celebrado igual que el pequeño Julien Bertin en 1959, un niño de un pueblito normando que se ganó el premio del 35 millonésimo visitante de la torre, festejado con aplausos, confetis, hurras y demás. En esa ocasión, el mismísimo nieto de Eiffel le entregó las Ilaves de un Simca P60 aunque ni él ni sus padres sabían conducir.
Así ha sido y sigue siendo entonces la intensa vida de la torre Eiffel, acosada por una interminable lista de héroes y villanos que esperan la ocasión ideal para demostrar de qué son capaces haciendo una vez más de ella el centro de atracción de la ciudad.