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Todos los canales conducen al Neva

Todos los canales conducen al Neva

historia san petersburgo Mar 02, 2025

En donde quiera que uno se encuentre en San Petersburgo, siempre va a haber un canal, un río o algo que tenga que ver con el agua. La ciudad vive de un estrecho contacto con el mar Báltico y con las frías aguas del Neva que descienden desde el lago Ladoga cerca a Finlandia.

La vida, existencia y salvación de la ciudad siempre ha sido el agua, de ahí que sus ciudadanos la consideren el puerto dorado e imperial de Rusia. Y no podía ser de otra manera porque la ciudad misma fue un pantano sobre el que un día decidieron crear una capital. Petersburgo flota literalmente sobre el agua, su vida está intrincada en esos canales que inspiraron a tantos pintores, escritores y dramaturgos de la talla de Gogol, Tchaikovski, Nuriev, Dostoievski o Chagall.

Las venas de la antigua capital tienen la función de llevar su esencia misma al corazón de Petersburgo, el río Neva, que la atraviesa dividiéndola en dos riberas y varias islas. Por esa razón, pasearse por sus orillas equivale a vivir de lleno su vida elegante y digna.

Cada uno de los canales tiene su gracia propia, sus esquinas ideales, sus puentes famosos y su historia, sobre todo cuando se trata de los tres principales: Fontanka, Griboyédova y Moika. El primero, el Fontanka, es a la vez el más grande y el que tiene la personalidad más fuerte. Recorre la ciudad pasando por entre los barrios, jardines y parques centrales; atraviesa todo el inmenso castillo Mikhailovskij, una imponente construcción terracota de inspiración renacentista, coronada con una aguja dorada, donde Dostoievski hizo sus estudios universitarios. Luego cruza el jardín de verano con sus inmensas rejas de hierro imitando una enredadera, antes de terminar en el Neva ante una de las mejores vistas de la ciudad. Allí muere ante otra aguja dorada, la de la primera iglesia de la ciudad, rindiéndole homenaje a un héroe de la revolución rusa, el crucero Aurora, que disparó las primeras salvas en 1917 amenazando a los guardias imperiales y dando inicio a la revuelta.

El Griboyédova, el segundo canal, es sin lugar a dudas el más pintoresco de todos. Tiene el mérito de conectar no solo las principales catedrales de la capital imperial, sino también sus teatros más importantes. Este canal serpentea por el centro como si anduviera en busca de la vida cultural de la ciudad. Lo primero que hace es honrar el alma petersburguesa, empezando su recorrido en la catedral de San Nicolás, el santo patrono de los marineros. Tras unas cuadras, gira de repente para encontrarse con el teatro Mariinski, joya de la época zarista donde hasta el día de hoy se presentan las mejores bailarinas de Rusia.

De ahí, y una vez cumplido su objetivo, el Griboyédova sigue su camino pasando por el barrio Sennaya, donde vivió Dostoievski y donde su personaje Raskolnikov tomó la decisión de asesinar a la usurera. Ahí se enreda un poco su recorrido, enmarañado en las historias del Petersburgo suburbano. Enseguida huye de este turbio lugar hasta la catedral de Kazán donde están enterrados los archienemigos de Napoleón y sus indiscutibles vencedores, el mariscal de campo Kutuzov y Barclay de Tolly. Tras todas esas peripecias, termina ante otra catedral con el curioso nombre del Salvador en la sangre derramada, porque fue allí donde un grupo de anarquistas asesinó al Zar Alejandro II. Se trata de una de esas iglesias típicamente rusas con sus domos en forma de cebolla y de todos los colores que le dan mucha vida al centro histórico.

El Moika es el tercer y último canal que resulta ser el más pequeño y famoso de todos, porque se reserva el honor de pasar por los principales palacios de San Petersburgo. De principio a fin se enfilan todo tipo de construcciones haciendo de las orillas del Moika el recorrido predilecto de los turistas. En sus orillas la aristocracia rusa se hizo construir los más suntuosos palacios que rivalizarían en algunas ocasiones con los de los zares mismos. El Moika pasa además por las dos principales plazas de la ciudad. La primera, donde se encuentra la más famosa aguja dorada, la del almirantazgo, a pocos metros de la catedral de la ciudad, la de San Isaac, que con sus columnas de malaquita y lapislázuli es la mejor muestra de la riqueza arquitectónica de la ciudad.

Luego cruza la plaza del palacio, donde se encuentra el Hermitage, un inmenso arco del triunfo y una vista única del centro del Imperio Ruso. De ahí se vuelve cada vez más pequeño, llevándonos por callecitas estrechas con más y más palacios, donde vivió, por ejemplo, el poeta Pushkin que revolucionó la lengua rusa y que es el equivalente de nuestro Cervantes para los rusos. Tras recorrer el anillo dorado de Petersburgo, termina como todos en el Neva, frente al Palacio de Mármol, otra joya arquitectónica que combina 36 tipos de mármol y que durante la época soviética fue el museo de Lenin.

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