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Dos millones de parisinos y algunos huesos más

Dos millones de parisinos y algunos huesos más

parís May 15, 2025

¿Te atreverías a conocer las catacumbas de París? Habitado por los huesos de más de 6 millones de cadáveres, esta posada para muertos se ha convertido en uno de los atractivos turísticos más interesantes de la ciudad luz. Lee el siguiente artículo y adéntrate en uno de los laberintos subterráneos más impresionantes del mundo.

Son aproximadamente dos millones de personas las que viven en la ciudad luz y otras tantas que la habitan bajo tierra. Y digo bien que la habitan, porque ¿De qué otra manera podría referirme a la impresionante urbe que constituyen las catacumbas de París? Entre sus 300 kilómetros de túneles reposan los silenciosos huesos de más de 6 millones de parisinos que allí fueron a parar, cuando la alcaldía ordenó el cierre de 200 cementerios de la ciudad.

Se salvaron de milagro algunos como el cementerio de Montparnasse o el de Père Lachaisse, pero otros, como el de los Inocentes, que otorgó el reposo eterno a millones durante más de 10 siglos, terminaron en el osario de las catacumbas capitalinas. Allí, bajo las calles de París, entre la humedad y el eco de las goteras, se organizaron bosques enteros de osamentas que producen escalofrío y veneración en sus visitantes.

Entre 1785 y 1814, salieron de los cementerios parisinos diferentes procesiones acompañadas de sacerdotes y cantos de muerte, que atravesaban la ciudad cada noche hasta internarse en estos túneles, cargando consigo muchos siglos de historia. Claro está que, con los años, todo este traslado incesante y la rutina del ir y venir de las carrozas funerarias perdió su carácter sagrado. Las osamentas terminaron por ser arrojadas sin demora dentro de los pozos y amontonadas dependiendo de su género y proveniencia. Así terminó por construirse el osario de las catacumbas que, hoy en día, brinda a sus visitantes un tour tan particular.

El recorrido comienza siempre sobre la plaza Denfert-Rochereau, en una modesta caseta que todo turista tendrá que buscar durante varios minutos. Después de preguntar innumerables veces a los transeúntes sin éxito alguno, se encuentra uno con el hombre que cuida la entrada, como Cerbero lo hacía en el descenso al Hades. Tan solo le falta la hoz y una capucha negra para darle una calurosa bienvenida al público.

Ocho euros cuesta la visita a lo más profundo del vientre de París, sin olvidar los 130 escalones que marcan el comienzo de un recorrido de 2 kilómetros o 45 minutos sobre una piedra liza y húmeda.

Una vez dentro de las catacumbas, comienza una aventura que pocos parisinos conocen. Sin poder andar a marchas forzadas, para evitar golpearse contra el techo, el visitante está obligado a agacharse en algunos sectores del túnel. Del camino principal salen miles de otros caminos que se pierden a la vista y que, de ser abiertos al público, causarían la desorientación de cualquiera. Los túneles suben y bajan, se cruzan puertas de hierro cerradas y de vez en cuando se asoma uno por pertinentes huecos que vislumbran pozos de agua cristalina. Todo esto en un ambiente supremamente húmedo y frío donde solo se oyen los pasos lejanos de algún otro visitante. En este escalofriante contexto, lo único que se pide es que por nada del mundo se vaya la luz y quede uno atrapado en semejante laberinto.

Sin embargo, si hay algo que resaltar del osario es obviamente la decoración tan particular del lugar, donde las paredes están recubiertas de huesos de todos los tamaños en un estilo más que macabro. De hecho, sus creadores no se contentaron con hacer con los huesos todo tipo de formas, como lámparas, candelabros e incluso algunas de corazón, sino que decidieron grabar letreros con poemas venerando a su majestad la muerte.

Más allá de la tenebrosa oscuridad de sitio, no apta para claustrofóbicos, lo interesante para los que se aventuran en estas grutas, es que tienen la oportunidad de cruzarse con personajes históricos sin siquiera notarlo. Tal vez aquí una costilla revolucionaria de Robespierre, un poco más allá la mano teatral de Molière y con mucha suerte se espantará uno con el cráneo del pantagruélico Rabelais.

Es por todo este conjunto de cosas que la creación de este osario dio vida, si se me permite la expresión, a una de las atracciones más originales de París, ideal para los melancólicos que no temen internarse en estas cavernas un domingo lluvioso. Aquellos que lo hagan, han de saber que, de la misma manera, otros visitantes ilustres como Carlos X, Francisco I de Austria y Napoleón III atravesaron las galerías de las catacumbas de París, pasando por esos mismos túneles bajo una ciudad de 2 millones de habitantes y algunos huesos más.

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