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Los jardines de Peterhof

Los jardines de Peterhof

historia paris Mar 12, 2025

Así como París tiene a Versalles, San Petersburgo tiene a Peterhof. La ciudad imperial rusa siempre ha pretendido ser la rival de la capital francesa: ha querido ser su versión boreal.

San Petersburgo busca ser la gran urbe del norte con sus monumentos, catedrales y palacios, y, a pesar de que Moscú se haya quedado con el título de capital de Rusia, su magnificencia es innegable. Pues bien, como ya lo sabrán, los petersburgueses hibernan prácticamente la mitad del año entre temperaturas de -10 y -25 grados. Es decir, para que se hagan una idea, durante la mitad del año sus neveras y congeladores parecen una isla tropical en comparación con la temperatura del exterior. Por eso pasan los largos inviernos recluidos en sus hogares bajo varias capas de abrigos, sacos y las tradicionales chapkas rusas; esos sombreros enormes que todos usan para ahuyentar el frío.

Entenderán entonces la alegría con la que reciben el verano, el fervor con el que aprovechan cada rayo de sol y la razón por la que empiezan a usar sandalias desde que la temperatura supera los 15 grados. Y es que es precisamente cuando esto sucede que los palacios alrededor de Petersburgo comienzan a llenarse de visitantes, sobre todo el de Peterhof, antigua residencia del zar Pedro el Grande. Los fines de semana se convierten en un verdadero centro de atracción, donde la gente va a pasar las horas de calor caminando bajo los abedules en medio de la curiosidad de las ardillas locales.

Es el lugar ideal para pasar un domingo. Para esto, lo primero que hay que hacer es acudir al embarcadero frente al palacio del Hermitage, en el centro histórico de la ciudad, y subirse a alguno de los barcos con destino al palacio. La jornada empieza sobre el río Neva y continúa en su desembocadura hasta adentrarse en las aguas del golfo de Finlandia. Tras 40 minutos de viaje en un mar extrañamente sin olas, y cuando la ciudad apenas se divisa a lo lejos, aparece sobre una colina un majestuoso palacio amarillo pastel con sus techos de cobre. Ahí está uno de los lugares míticos de la monarquía rusa, donde se organizaban bailes y banquetes de fama mundial.

Una vez hecho el desembarque empieza lo mejor del viaje, el recorrido por los jardines palaciegos. Los palacetes se siguen los unos a los otros, separados por bosques y estanques, al mismo tiempo que el aire marino sigue presente en el ambiente. Durante el recorrido es posible ver los grupos y las parejas preparando el infalible picnic que, como era de esperar, termina con una buena copa de vodka. Se cruzan varios riachuelos y comienzan a aparecer las 176 fuentes que han hecho tan famoso a Peterhof. Esas fuentes a las que tantas veces la literatura rusa ha rendido homenaje, como el poeta Pushkin cuando describía cómo "vuelan las fuentes adamantinas con su alegre sonido hacia las nubes y bajo ellas brillan los ídolos que parecen vivos".

Pero no todas las fuentes fueron creadas con propósitos decorativos, cosa que tarde o temprano aprenden los visitantes, pues en un momento se ven cercados en un camino por unas inesperadas paredes de agua en forma de cárcel. Descubrieron uno de los pasatiempos del zar Pedro I, el de sorprender a sus invitados con todo tipo de pilatunas ligadas al agua. Así, no debería sorprenderlos si encuentran un camino de piedra rodeado de gente que se acomoda de forma sospechosa. No es otra cosa que la broma petroviana del paso en falso, que activa un mecanismo que dispara agua sin piedad sobre un ingenuo viajero.

Al final de la caminata se descubre, entre el bosque, al palacio sobre la colina, frente a una enorme fuente en terrazas y piso ajedrezado. Es el punto culminante del dominio protegido por una estatua dorada de Sansón abriéndole las fauces a un león. Una alegoría al león del escudo sueco y a la historia de la ciudad, fundada tras la victoria sobre el reino escandinavo el día de Sansón. Ahí, con el palacio en lo alto, las cúpulas lamin

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