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Los recicladores de París

Los recicladores de París

parís May 15, 2025

Durante la mayor parte de su historia, París fue una ciudad donde los recicladores jugaron un rol central. Estos personajes vivían en sociedades aparte, en tugurios que fueron la fuente de leyendas que alimentaron la imaginación capitalina a través de novelas, obras de teatro, películas e innumerables historias.

Los franceses los llamaban los chiffoniers o biffins, lo que podríamos traducir en español como los traperos. Eran ellos los que recogían las basuras, las seleccionaban y volvían a introducir en el mercado una cantidad importante de mercancías para la industria.

Durante el siglo XIX solo los noctámbulos podían verlos llegar con sus costales al hombro, largos ganchos de metal para recoger los papeles y esas linternas antiguas en forma de cubo que emitían una tenue luz, suficiente para permitirles hacer su trabajo nocturno. Eran, en palabras más dignas de su importante labor, los dueños de la noche: los reyes sin prestigio de un reino sin gloria.

Llegaban desde los suburbios a pie o en carrozas, con sus altos sombreros ladeados, pesados abrigos llenos de remiendos y botas de puntas grandes y redondas causando horror entre la burguesía capitalina. Algunos andaban acompañados de su propio perro y recorrían sus zonas de trabajo con carretillas repletas de todo tipo de elementos.

La importancia de este gremio no solo se debe a su imagen fantástica en la literatura francesa sino sobre todo a que, desde la Edad Media, las basuras de ciudades como París fueron un problema real. Eran los tiempos cuando los recicladores parisinos participaban a la economía local recuperando objetos todavía utilizables y devolviéndolos a la sociedad. Eso, claro está, antes que llegara el siglo XX con la industria del desecho y el residuo inutilizable. El reciclaje era entonces un importante sector de la economía parisina, vital para la industria. Era un trabajo informal que llegó a representar una cifra enorme de más de 116 millones de francos en 1886.

A la vez marginales e indispensables, las élites capitalinas sentían fascinación por estas personas que lograban transformar papeles viejos, hilos, corchos, metales, madera y huesos de nuevo en materia prima. Por ejemplo, en esos tiempos los trapos servían para fabricar papel, con la grasa de los animales se hacían velas, jabones y pomadas, a la vez que con los huesos molidos se refinaba el azúcar. A todo le daban un uso útil e indispensable que haría morir de vergüenza a nuestras sociedades de consumo contemporáneas.

Los recicladores eran aproximadamente unas 22,000 personas en París, dueños de una cultura y un estilo de vida que hacían parte del paisaje de la ciudad. De ahí que la policía los haya vigilado atentamente durante siglos. En 1698 y 1701, por ejemplo, dos decretos definieron estrictamente cómo y por dónde debían circular estos individuos durante la noche. Incluso, para calmar los miedos del resto de la sociedad, en 1828 los obligaron a llevar una medalla con su nombre y número para distinguirlos de los ladrones nocturnos.

Su sociedad se dividía en varios sectores, como el de los llamados “lugareños” (aquellos que tenían el monopolio de un sector de la capital), el de los “corredores” que debían caminar largas distancias para encontrar su mercancía o el de los “revendedores” dedicados a la copra-venta. Algunos llegaron incluso a crear verdaderos feudos en los que otros recicladores no podían entrar so pena de venganza. Además de su arduo trabajo, acogían a menudo a las personas que la ciudad abandonaba como los huérfanos y los convictos. Todos ellos llegaban a esos barrios de casetas improvisadas y calles de tierra que se convertían en verdaderos pantanos con la lluvia.

Pero los recicladores no solo fueron los actores pasivos de la una historia secular, sino que en algunas ocasiones llegaron a ser los actores mismos de episodios que sacudieron a la capital, como esa tarde de 1832 cuando se les prohibió hacer su trabajo para evitar una epidemia de cólera. Ese día salieron con sus ganchos de metal y machetes destruyendo todo a su paso y causando varias muertes.

Con la evolución de la producción industrial, el precio de la mayoría de los productos reciclables fue cayendo poco a poco. Sobre todo, la verdadera estocada a este oficio llego en 1883, cuando el prefecto de la ciudad, Eugenio Poubelle, obligó a que todas las basuras fueran guardadas en cubos especialmente diseñados para esos fines. De ahí que hoy en día el nombre en francés para las canecas sea Poubelle, un honor que seguramente el prefecto no hubiera jamás imaginado.

Los recicladores fueron desapareciendo con el tiempo al punto que en 1946, el oficio terminó por ser prohibido. Se cerró entonces una larga etapa de la vida de la ciudad aunque este oficio fue relativamente tolerado hasta los años 60. Hoy en día muchos recuerdan a los recicladores comprando y vendiendo pieles de conejo, vidrios y metales en las calles. Algunos incluso se sorprenden al ver que, donde antes existían sus barrios de casas de madera, hoy en día solo hay enormes edificios de interés social, que han hecho olvidar por completo a los parisinos uno de los personajes cotidianos más importantes en la historia de la capital.

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